El parto duele (spoiler alert)
Puedo decir que tuve un embarazo perfecto. Cuando decidimos que estábamos listos para ser padres, nos propusimos dejar de cuidarnos y, sin presiones, esperar a que las cosas pasaran, con experiencias cercanas de amigas y familiares que habían tenido que intentar por meses y años para quedar embarazadas. Y por suerte empezamos temprano, porque tuvimos que esperar dos semanas.
Si, casi al otro día de decidir que queríamos ser padres, nos llegó la noticia. Esos primeros meses sufrí las clásicas náuseas matutinas -donde “matutinas” quiere decir “todo el día, la noche y a veces en tus sueños”- las cuales pude mantener a raya con una dieta saludable y muy cuidada de comerme todo lo que había en la casa. Y el resto del embarazo transcurrió sin contratiempos.
Disfruté a pleno mi panza. Hice todos los clichés: me saqué fotos todos los meses, preparamos el cuarto, armamos la cuna, morí de emoción eligiendo la ropa miniatura que por algún motivo sale 10 veces más cara que la ropa de adulto a pesar de que hace falta mucho menos tela para hacerla pero la industria sabe que la vas a comprar igual porque la química del cerebro de una embarazada hace que sea virtualmente imposible resistirse a la tentación de un enterito de 40 cm con patitas de osito y te gastes mil pesos por atuendo que después ni siquiera terminas usando y MALDITO AMAZON Y SU IMPERIO DE LADRONES LOS ODIO A TODOS..., elegir el nombre, nombrar padrinos, cosas así.
Por culpa de ese embarazo soñado fue que llegué al día del parto con la ingenua idea de que dar a luz iba a ser igual de sencillo. Ja, jaja, jajajaja, JAJAJAJ *llora*. Fue un domingo a las 12 de la noche que tras unos minutos de la emocionante trivia, “¿me hice pis o rompí bolsa?”, finalmente me di cuenta que estaba goteando líquido amniótico y allí partimos junto al futuro padre hacia el hospital, emocionados y sin noción del terror que se vendría, como una vaca que va al matadero o una mujer que se abre una cuenta en Tinder.
A pesar de haber roto bolsa, mi cuerpo nunca comenzó con las contracciones, por lo que el siguiente paso fue la inducción. Me pusieron una vía y me dieron la droga, y ahí todo se aceleró de 0 a 100 como la peor secuela de Rápido y Furioso (“Rápido y Furioso 9: Parto Inducido”). El dolor era intenso, como nunca me imaginé que iba a ser (perdón futuras madres). Como cuando te golpeas el codo con la punta de la mesa, excepto que todo tu cuerpo es un codo y la punta de la mesa es una metralleta.
Unas horas más tarde, cuando ya estaba a punto de arrancarme al bebé yo misma cual fatality de Mortal Combat, a las 12.01 nació Lea. El doctor lo sacó, me lo puso en el pecho, nos miramos a los ojos y se hizo caca. Fue mágico.
Si todo sale bien, los días siguientes pasas hipnotizada por ese bebé hermoso que ahora es tuyo y que es tu responsabilidad cuidar y mantener vivo y ay no qué hice yo no estoy preparada para esto que alguien me ayude voy a hacer todo mal dónde está mi mamá... pero que es tan lindo y suavecito que se te olvida todo el dolor y el sufrimiento del parto. Hasta que tenes que ir al baño por primera vez.