Donde entran dos, entran tres
Lea duerme en nuestra cama. Listo, lo dije. No vengan a buscarme, policías de la maternidad. Su padre y yo evaluamos todas las opciones, analizamos los pros y los contras, y tomamos la decisión informada de dejarlo dormir con nosotros por pura pereza.
Es que hacer dormir a un niño en su propia cama es difícil, en el sentido de que realizar una cirugía de corazón abierto es “algo complicado”. No es por desmerecer a los veteranos de guerra que experimentaron combate de primera mano, pero ¿alguna vez tuvieron que salir de la cama en invierno para consolar a un bebé llorando? Sin mencionar, por supuesto, las horas que uno pasa cual zombie congelado paseándolos hasta que se vuelven a dormir, pensando que sería más fácil si en vez de volver a tu cama te quedaras a dormir ahí con ellos, o en lo de tu madre.
Conocido como “colecho”, el rejunte nocturno es una práctica totalmente normal en varias partes del mundo, pero que por algún motivo hemos decidido juzgar en el occidente como algo que está mal y que seguramente traume a nuestros niños de formas imposibles de predecir hasta que de adultos se vuelvan ladrones o asesinos, o youtubers.
En nuestro caso, el colecho empezó desde que Lea nació, cuando tomaba teta para dormir y por ende lo más práctico era que durmiéramos juntos en una posición en la que él tuviera fácil acceso a la bella durmiente, perdón, a la vaca durmiente. Y a medida que fue creciendo, simplemente se quedó ahí. Por supuesto que hicimos el intento de que durmiera en su propia cama, pero siempre había una excusa válida para dejarlo: “hace frío”, “le duele la panza”,“no quiero que llore”, “es martes”, y así.
Por suerte, Lea nunca fue muy complicado para dormirse en primer lugar, solo requería entre dos y tres horas de paseo en brazos, recitarle todas las canciones de cuna existentes -desde Duérmete niño hasta Lemonade de Beyonce- , leerle algún cuento corto como Harry Potter y la Piedra Filosofal, y una mema.
Por supuesto que, además, tenía que haber dormido bien la siesta, porque uno pensaría que sin dormir siesta el niño llega más cansado a la noche y se duerme más fácil; pero eso implicaría que los niños funcionaran de forma lógica y bajo las leyes básicas del universo y ja, jaja, jajaja, bienvenido a la paternidad. Un niño que no duerme siesta llega a la noche con la misma alegría y amor por su familia que Jack Nicholson en The Shining. Pero la siesta tampoco puede ser demasiado tarde, ni demasiado larga, ni demasiado corta... Ser padres es hermoso. *llora*
Así las cosas, Lea sigue durmiendo con nosotros, porque por ahora es la única forma de asegurarnos que duerma toda la noche tranquilo y en paz, y por ende todos durmamos tranquilos y en paz, y nadie quiera asesinar a nadie con un hacha.